Odio ser una carga y a la vez no sé decir que no a nada. Por eso, si cogiste la línea 1 el viernes por la mañana, pudiste verme sola apoyada en una barandilla, con la mascarilla puesta y los ojos llorosos a causa del letargo. Si te quedaste todo el trayecto hasta Ríos Rosas, escucharías como yo a los mariachis que se subieron al vagón y tocaron “Canta y no llores” a lo largo de varias paradas. Tuve uno de esos pensamientos intrusivos en los que me tiraba a las vías del metro, pero no encontré las fuerzas; iba de camino al reconocimiento médico de la empresa con unas décimas de fiebre. ¿Es esta la crónica de una semana enferma de gripe común? Si te digo que sí, ¿te espantaré? Te supongo una persona decente, así que confiaré en ti.
Todo empezó hace una semana. El martes pasado subí la newsletter al borde del abismo porque era mi segundo día de regla. Apenas había dormido por la noche, me había salido el herpes en el labio de nuevo y no lograba abrir los párpados para ser productiva. En definitiva, defensas bajas. Mi cuerpo me suele avisar haciendo que los ganglios se inflamen. Como sea, la flojera nunca ha sido un escollo para mi escritura. No debe serlo para el arte en general. Que se lo digan a Frida Kahlo. Terminé de trabajar a las seis y noté más mucosidad de la cuenta. Vivo con mi prima y ella acababa de pasar la gripe B por lo que asumí que yo también iba a pasarla, pero con mucha menos carga viral porque, claro ¿cómo me van a pasar cosas malas a mí? Por todos es sabido que yo nunca voy a morir. O sea, otra gente, puede, pero ¿yo? Jamás. Por si acaso, me tomé un paracetamol y una infusión de jengibre. También me comí este último a bocados.
Al día siguiente me levanté sin garganta. No. Ese habría sido un escenario deseado. La sentía como cuando pillé covid persistente en Barcelona: una estaca tras otra clavándose en mi faringe. Trabajé a duras penas, cancelé la cerveza que tenía que dos amigos y me eché la siesta en el sofá. Conforme iban pasando las horas, notaba que la fiebre subía. Para cuando llego a 39.4º, yo estaba en el Clínico San Carlos acompañada de mi hermana –que acababa de salir de su turno de enfermería– y mi prima –no curada del todo y aguantando el tipo como una campeona–. Acabé la noche con una vía y mucha medicación. Llega mi momento favorito al estilo Soy una pringada ‘woke moment’: viva la sanidad pública.
El resto de días los he pasado no siendo. La fiebre ha menguado, pero no el resto de síntomas. Los peores, sin duda, los mareos. Esa sensación constante de estar de resaca. Creo que el virus ha deshabitado mi cuerpo para ser ocupado por un hombre blanco heterosexual porque no me reconozco. He tenido más sensibilidad de la cuenta y no he sobrepensado. No he perdido el gusto por las buenas películas comerciales, que estoy segura de que llevan ibuprofeno o algo antiinflamatorio. He vuelto a ver Crepúsculo, Orgullo y Prejuicio y Pride. Lloré como una perra con la escena final de la manifestación, la de los autobuses, a pesar de que la he visto más de diez veces. También he visto las dos temporadas de Severance. No fue una buena idea porque he soñado con mi “innie” como si fuera yo un “outie”. Nunca terminaba de desconectar.
Durante el fin de semana intenté salir a la calle. Quise demostrarme a mí misma que podía –yo sola– comprar un bote de leche de avena, pero no lo conseguí. Me siento afortunada de contar con familia en Madrid que me mima y se asegura de que beba –o en mi caso, de que no pueda hacerlo porque me da arcadas– el café como a mí me gusta: con avena. Mi prima me ha cuidado como lo habría hecho mi madre. Tiene esa capacidad para estar presente cuando la necesitas y callada cuando odias al mundo. Son nuestros últimos días viviendo en este piso y, de una manera espiritual, este nos está echando a patadas.
Ayer volví al teletrabajo y aunque debo reconocer que no fueron los copys más acertados de mi vida, pude acabar la jornada. Pensad que prácticamente no me mantenía en pie. Ahora, ya más espabilada, os confieso que en los momentos de lucidez he pensado en todas las cosas felices que voy a hacer cuando se pase la gripe. Gema, no tienes cáncer. Lo sé, pero no podía evitar acostarme boca arriba en la cama –siempre duermo así– y fantasear con toda clase de planes que en mi día a día detesto: ir a comerme una hamburguesa o viajar a un país cercano. Supongo que hasta la felicidad está edulcorada a base de marketing barato. Bien es cierto que también sueño con hacer lo que verdaderamente deseo:
rodar la película Dama de pueblo
que mi próximo libro tenga éxito y me permita seguir escribiendo
no olvidarme de escribir guiones y escribirlos en serio
conversar durante horas al fresco de una noche de primavera
cantar al karaoke con mis amigas
una comida larga en pijama con mi familia
dinero para salir de la precariedad
Incluso he llegado a romanizar este último verano cuando a las nueve y media de la mañana, con el tiempo pegado al culo, bajaba en coche a trabajar por una avenida muy parecida a las famosas de Los Ángeles –las que albergamos en nuestro imaginario–. Sonaba a todo volumen ‘Please, please, please’ de Sabrina Carpenter. El coche, en quinta y subiendo a sexta. Me esperaba un duro día en el hotel, pero al menos mi mente iba en trance. Por el amor de Dios, si hasta daba clases de Yoga en la playa y me inventaba cada postura. Qué divertido era y qué poco lo apreciaba ahora que estoy floja. Sí, por mi tono derrotista interpretarás que voy a morir, pero es que no termino de reponerme.
Mientras escribo, no dejo de dar vueltas a algo. No, no es la maternidad, no entraré ahí porque acabaré deprimida y confundida. Se trata de una duda acerca del lugar donde asentarme a medio plazo. No hablo de algo definitivo, para toda la vida. Me agobia esa clase de compromiso con una ciudad. Me refiero a crear un hogar.
Lo he hecho con Procreate, espero que os guste. Buen momento para decírmelo. O para darme ánimos.
Tengo la suerte de que me amoldo rápidamente a los sitios en los que me toca vivir. Ahora, por ejemplo, estoy buscando piso en Madrid con dos amigas. Esta idea me encanta porque siento que se viene una temporada al estilo Girls, donde voy a ser capaz de tuitear con toda la legitimidad del mundo: all adventurous women do. La labor está resultando exhausta, eso sí, pero no pasaré por alto el hecho de que no creo que quiera vivir toda la vida en Madrid. Cuando te pones mala, como cuando sucede una catástrofe natural, te replanteas lo cerca o lejos que estás de la gente que quieres, aunque padezcas una gripe que dure una semana y aunque la gente de la que te has hecho amiga sea prácticamente como de la familia. A la vez, cuando vuelves a tu normalidad –qué suerte estar sana– se te olvida que un día necesitaste ese calor –que no es más que un recuerdo de tu infancia–. Es una putada que ese apego, ese ancla, se halle a 400 km de distancia. Veréis. Yo añoro vivir en Andalucía. En unos cuantos años, mi objetivo será tener una casita en Granada y poder dedicarme a la escritura allí. Siento que estoy sembrando todas mis semillitas y que, algún día, os escribiré desde una terraza menuda con vistas al Albayzín. No sé, quizá esta febrícula me esté haciendo decir tonterías. Qué coño. Por supuesto que no. ¿Es que soy acaso un incel?
Supongo que esta es una newsletter agradecida que os pide, por pura experiencia cercana a la muerte, que intentéis rodearos a personas que os cuiden y a las que cuidar. El mundo es un lugar hostil, Israel ha vuelto a bombardear Gaza, el capitalismo lo engulle todo y, hasta que la revolución que esperamos llegue algún día, solo nos queda preocuparnos por los demás a todas horas, en todas partes.
Gracias por haberte preocupado.
G.
Muchísima suerte en encontrar piso en Madrid, tengo ganitas de leerte escribiendo esas futuras vivencias con tus amigas <3 Y me alegro de que te encuentres mejor!!!!!! YA ESTAMOS CASI EN VERANO
Como alguien que vive solo y que cuando está enfermo se ve al borde de la muerte, no sabes cómo te entiendo. Te mando un abrazo 🫂