¿Cuándo dejas de llamarte “chica” a ti misma? Annie Ernaux se pregunta en las primeras páginas de «Memoria de chica» ‘¿Debo fundir a la chica del 58 y a la mujer del 2014 en un «yo»?’. Pasados los 70, vuelve a sus 18, y escribe:
Cuanto más miro a la chica de la foto, más me parece que es ella la que me está mirando a mí. ¿Esa chica soy yo? ¿Yo soy ella? Para ser ella, tendría que Ser capaz de resolver un problema de física y una ecuación de segundo grado / Leer una novela completa inserta en las páginas de la revista Les bonnes soirées cada semana / Soñar con ir por fin a una gran fiesta yeyé / Estar a favor de conservar una Argelia francesa / Sentir los ojos grises de mi madre siguiéndome por todas partes / No haber leído ni a Beauvoir ni a Proust ni a Virginia Wolf ni a etc. / Llamarme Annie Duchesne. Por supuesto no tendría que saber nada del futuro, de aquel verano del 58. Tendría que volverme de repente amnésica de la historia de mi vida y de la del mundo.
Al releerla, pienso en la pregunta que me lleva rondando varios meses: ¿cuándo se deja de ser chica y se es mujer? Para responderme, me impongo varias tareas. En primer lugar, redacto una lista al estilo de la de Ernaux. Sé que es imposible llevarlo a cabo de manera efectiva porque me falta algo esencial: la memoria. La perspectiva. Así que quizás parto de una concepción errónea.
Lo hago igualmente. Elijo una foto. Tengo 18 años. (¿Por qué 18 y no 20? ¿Por qué no 25?)
Cuando más miro a la chica de la foto, más me parece que es ella la que me está mirando a mí. ¿Esa chica soy yo? ¿Yo soy ella? Para ser ella, tendría que Odiar mi cuerpo y los espejos / Buscar la aprobación de los hombres en cada fiesta / Soñar con convertirme en diplomática o en académica, vivir rodeada de intelectualidad / Creer en la meritocracia y en las bondades del sistema / Pensar que mi madre es solo madre, y no chica o mujer / No haber leído a Annie Ernaux, ni a Sally Rooney. Por supuesto no tendría que saber nada del futuro, de aquel verano del 2014. Tendría que volverme de repente amnésica de la historia de mi vida y de la del mundo.
En segundo lugar, pregunto a las mujeres que me rodean; a mis amigas, a mi madre.
–Mamá, ¿cuándo dejaste de ser chica para llamarte a ti misma mujer?
–Qué preguntas tienes, Gema. No sé. No lo recuerdo.
–Pero, ¿tú te consideras ahora mujer? Chica, no.
–Mmm. Sí, pero para referirme a otra persona sí que digo: esa chica de 30… o de 40.
–¿Por qué de otra persona sí y de ti no? ¿Y te referirías a alguien como “un chico de 40”?
–Ay, yo qué sé.
–¿Ser madre es lo que te cambió a ti?
–No. No no no. Yo seguía siendo una chiquilla de 28 años cuando te tuve.
Algunas de mis amigas lo asocian a la edad. A sus 27 años, no dirían “es una chica de 40”. Quizás todo dependa del prisma a través del que mires el asunto. Otras, me escriben lo siguiente por WhatsApp:
“–Creo que por edad somos ya mujeres, incluso a veces nos definimos como mujeres en plan: ya soy una mujer. Pero a la hora de la verdad, yo veo a una mujer como aquella que tiene ya su trabajo o ahorros suficientes como para poder llevar una vida sin dependencia de nadie, o incluso con problemas de verdad y conflictos más grandes que los que nos puedan surgir a nosotras con la edad que tenemos, mujer que vive en su propia casa, o puede estar casada y, lo peor de todo, tener hijos
–‘Y lo peor de todo tener hijos’
–Jajaajaja
Entonces, me surgen más dudas. ¿Dejaré de ser chica cuando sea madre o empleada? ¿No estoy reduciendo mi papel en el mundo a la maternidad? ¿A un trabajo asalariado? ¿A la tan deseada estabilidad? ¿Y si nunca la consigo? ¿Dejaré de ser chica cuando mis condiciones materiales y el sistema patriarcal me permitan crecer y empezar a operar como se supone que actúa un adulto –hombre–? ¿Debería asociarlo no a la edad sino a la experiencia? ¿Soy una chica porque los demás me reconocen como tal –como ocurre con la figura de “Estado”– o puedo afirmar con rotundidad que lo he sido y que ya no quiero serlo más? (Si es acaso eso lo que quiero.) En fin, ser dueña de mis propias decisiones. Que me tomen en serio.
Me obsesiona esto. Me obsesiona la idea de futuro más que la de fe, por ejemplo. Mi apoyo espiritual puede ir modulando; yo decido si creer o no, en quién creer o no, cómo hacerlo. Pero los futuros que me han contado se hacen trampas al solitario. No llegan y, por tanto, no existen.
He reivindicado demasiado el “I’m just a girl” y, bien porque he crecido, bien porque estoy cansada de la dicotomía “déjame ser solo una chica, el mundo ya es lo suficientemente duro” frente al “espabila y deja de infantilizarte, no te lo pondrán fácil ahí fuera”, ahora no estoy en esas.
Entonces, ¿debo fundir a la chica y a la mujer en un «yo»? No lo puedo saber. Así que, con la única intención de ser capaz de responder a esta pregunta, decido creer en el futuro y me comprometo a vivir una vida en la que, llegada a la edad que yo elija, sea capaz de llamarme, con firmeza y sin titubeos, «mujer».
A mí me encantaría llamarme a mí misma mujer, pero me siento muy infantil muchas veces y sí, tiene también mucho que ver con el estilo de vida al no poder independizarme... Me pone tristísima cada vez que lo pienso