Oh, to be una artista mística
Sobre el equilibrio entre el misterio y la exposición de los creadores.
Hace unos meses, Diego Ibáñez de Carolina Durante habló en el podcast de La pija y la Quinqui sobre las altas expectativas que le despiertan los artistas que escucha. Contaba que, cuando podía acceder al a priori ámbito privado de un cantante –porque este lo había hecho público–, esperaba que su vida estuviera a la altura de sus canciones. Ya había escuchado al grupo en otras entrevistas comentar que la exposición no va con ellos pues creen que el artista debe guardarse cierta mística para sí. De la misma manera, Carlos Peguer alababa la “personalidad” en redes de Amaia –esta puede tener origen en su genuina forma de ser y de exhibirse, pero también en una estrategia propiamente dicha–. Amaia publica poco y aleatoriamente, y funciona. A todas nos encanta porque si en algo estaremos de acuerdo es en que, en el idioma de Internet, menos es más. Y más es… boomer. Ahora bien, me pregunto si el misterio del artista no es un privilegio en sí mismo porque ¿quién puede permitirse no promocionar sus creaciones?
A menudo el tema es tratado como una cuestión de imagen –punto desde el que yo no parto y que, por supuesto, no comparto–, pero no nos engañemos. Lo enigmático va más allá del rechazo a la exposición –o de la distancia hacia esta, si no queremos ser radicales–. Aquí manda el capital. Me atrevo a decir que incluso sobresale el capital cultural y social. Os contaré una historia en primera persona porque si algo caracteriza esta newsletter es la absoluta adicción a crear narrativas a partir de mis experiencias personales. Lo digo sin un ápice de ironía: este asunto apunta directamente a mi naturaleza. ¿Acabaré desvirtuándome?
En abril del año pasado estaba en paro, desesperada por llamar la atención de alguna productora que me contratara como guionista. Gente de mi entorno me recomendaba que tirase de lo que había estudiado antes –Derecho y ADE, LOL–, pero yo me negaba a solicitar puestos en LinkedIn de los que había huido con paso firme hacía casi un lustro. No me quería achantar ante las vicisitudes del momento porque sabía que, si esperaba un poco, llegaría a buen puerto. Pensaréis que esta mentalidad es propia de alguien con padres ricos, pero nada más lejos. En mi cuenta apenas tenía 70 euros y tuve que volver a casa tras ocho años fuera del nido. Mientras que mis amigas se habían sacado las oposiciones, aspiraban a promocionar a otro puesto en su trabajo, viajaban por Asia y acudían al banco a preguntar por una hipoteca, yo revendía libros en Vinted para pagar un autónomo que no generaba ganancia alguna. Para muchos, llegaba tarde a esa tarea de convertirme en escritora –en artista–, pero también en lo que se espera de un adulto funcional, de una mujer. Si os soy sincera, me desesperaba más no encajar en las expectativas que los demás tenían sobre mí que el hecho de no conseguir tal estabilidad. No me importaba aguardar a que mi campo echara raíces y crecieran sus frutos. Al fin y al cabo, mis ambiciones no responden a un interés económico, tengo claras mis prioridades y lo mejor: soy y me siento tan joven.
El caso es que no me podía quedar parada. Echo la vista atrás y, siento mi falta de modestia, pero me sorprende la fortaleza que demostré (que entonces no supe ver). Lloraba mucho y sufría ataque de pánico, pero frente a todo pronóstico, seguí creando, escribiendo y leyendo. Solo quien ha padecido la precariedad y la ansiedad de creación –similar al miedo a perder a un ser querido– lo entiende. Ahora la siento como una hazaña y, sin duda, fue la apuesta definitiva de mis veinte.
Como sea, empecé a grabar vídeos para Tik Tok. Ya intuís que yo la vergüenza no la conozco. Mis primeros vídeos eran paupérrimos en cuanto a edición, pero fui mejorando a poquitos. El micrófono no recogía mi voz tal cual la imaginaba y hablaba a cámara como si estuviera rodeada de un grupo de pijos señalándome al grito de “mono de feria”. Encontré mi ¿marca personal? y aunque no siempre fui constante, construí cierta comunidad. Llegado el momento, decidí mostrar los proyectos audiovisuales y narrativos en los que había estado trabajado. Confiaba en que:
mis seguidoras me apoyarían,
alguna empresa confiaría en mí.
Veréis. Sin sonar pretenciosa, yo quería escribir la Girls española. Realmente sabía que podía hacerlo, así que grabé un tik tok pitcheando mi serie de comedia. El vídeo no llegó a viralizarse, pero sí obtuvo el apoyo suficiente como para llegar al target ideal: Grijalbo, un sello de Penguin Random House. Marta Araquistain, mi actual editora, me escribió por Twitter. Recuerdo que eran las once de la mañana, que salté a lo largo del todo el pasillo, que me subí a la cama de matrimonio de mi madre y que allí seguí saltando. Traté de calmarme para poder conversar con Marta por teléfono, como una profesional, pero estaba eufórica. Me confesó que había leído mi blog y, al comprobar que no era yo una vendehumos ni una tonta del culo –esto lo pienso yo, no lo dijo ella–, me ofreció escribir una novela. Esa novela «Algún día nos reiremos de esto» sale a la venta en librerías el 8 de mayo, día en que mi madre cumple 57 años.
Ese verano lo eché igualmente trabajando en el hotel, pero mi ánimo y mi espíritu puro se reanudaron. La vida con la que yo había soñado se acercaba sin tener que desprenderme de mi optimismo infantil ni de esa convicción mía por la que siempre espero que el mundo se vuelva un lugar mejor para todos. (También para mí, claro.)
Bien. Imaginad ahora que me hubiera enrocado en el discurso místico que os describía al inicio. Imaginad que me hubiera aferrado a la idea de que una escritora debe priorizar convertirse en jeroglífico por encima de ser ella misma –con las limitaciones que conlleva–. No me estaríais leyendo. No seríamos amigas. Me tomaría el pragmatismo casi como un insulto.
Nota: Es evidente que dejo a un lado la figura de quien es tímido per se. Me refiero a la construcción de una imagen apocada para mitificar un oficio.
Desde luego, mi contexto actual sería diferente. A lo que voy es que, sin esa exposición en Tik Tok, no habría conseguido publicar mi libro con Penguin porque no poseía contacto alguno con la industria entendida en sentido amplio. Al fin y al cabo, vengo de un pueblo pequeño y he crecido en un ambiente donde nadie se dedica a esto. Fui esa persona que dio el volantazo, sin más colchón al que tirarse que una fuerza que se amolda a cualquier trabajo y mi incansable tesón. Sí, las RRSS pueden resultar muy negativas, pero han democratizado el acceso a la creación de cultura y son terrenos fértiles donde construir verdaderos espacios de seguridad –e incluso de revolución–.
Sin embargo, me invaden las mil dudas. ¿Lo estaré haciendo mal? ¿Bien? Si ahora entro al juego y me alejo de la imagen que hasta ahora he mostrado, si dejo de hablar de mí, ¿me quedaré sin ideas? ¿Me consumiré? ¿Estoy asfixiando mi narrativa? ¿Moldeo inconscientemente mi vida para que encaje en la literatura y viceversa?¿Estoy reduciendo mi literatura a la autoficción?
He preguntado a mi editora qué opina sobre la estrategia que hemos ideado para publicitar el libro en redes sociales. Como soy el Asno de Shrek, lo hemos enfocado como una serie de vídeos promocionales. Ya sabéis: sinopsis, claim, personajes, tono. Me comentó que, por lo general, las autoras venden más si promocionan su libro porque, salvo que seas Sally Rooney o un fenómeno de la novela fantástica, nadie se acuerda de ti. Nadie está pendiente de tus publicaciones. No le importas a nadie. Wow.
Claro, esto contrasta con la idea de mito cuasi-desconocido: un artista lo es más cuanto menos se conoce de él. Como si esa cualidad los situara en un lugar especial en el mundo, como si tuvieran las características de los dioses. ¿Qué ocurre cuando se es un libro abierto? ¡Cuando una no puede callarse ni un segundo! Cuando debe dar su opinión porque, por supuesto, aunque reconoce que está en constante peligro de caer en la equivocación, siente el impulso de verbalizar cada frase que pase por su mente. ¿Qué se hace? ¿Se cohibe una? ¿Creo una imagen apocada de mí misma para atraer a más lectores? ¿Vais a creer que soy peor escritora porque me exponga menos? Quizá el enfoque tenga que cambiar y debamos alejarnos de la idea de esos grandes genios intelectuales a los que solo podemos acceder cuando se publican sus diarios y su correspondencia.
Somos demasiado inteligentes como para que pensemos que la percepción de los demás sobre nuestra imagen –cuidadosamente seleccionada por la vanidad– implica acceder a nuestra plenitud. Soy tan profunda que ni aun abriéndome en canal a través de la literatura se conseguiría vislumbrar una pequeña tesela de mí. Funciona así para todos, en mayor o menor medida. Somos seres finitos que construyen narrativas eternas. He ahí la magia del amor, de la amistad y del concepto de comunidad. Nunca jamás nos vamos a cansar de quien nos mantiene vivos a base de contarnos historias. (Quien lo haga, quizá no te interese que te lea.)
Por mi parte, te espero aquí cada martes. Si fuese por mí, hasta el fin de los tiempos.
No te canses.
G.
muy interesante, me gustaría hablar también del tiempo que ganan esos artistas místicos para dedicarle a su escritura que el resto dedicamos a grabar tiktoks o lo que sea. también de la frustración que genera fracasar con ello, ya que si es el arte te impulsa a esforzarte en ser mejor pero que nadie vea tus tiktoks desmotiva de la ostia jsjjsjssjs
Sinceramente tu manera de escribir es atrapante, llevo buscando mucho tiempo lecturas que despierten algo en mi y sin duda tú lo has hecho. Tan solo he leído dos ¿“artículos”? tuyos (me acabo de instalar la aplicación,no sé si se dice artículos o substracks) y me he quedo fascinada por tu forma de contar las cosas,además,cuando mencionaste que tenías un libro me emocioné.