Ni siquiera sé si esto cuenta con plena legitimidad porque no puedo certificar un uso correcto de mis facultades mentales; estoy con gripe y escribo esta entrada con dolor de cabeza, la nariz taponada y una congestión importante, pero me he obligado por varios motivos. El primero es que no soy un hombre y por tanto no me siento al borde de la muerte por unas décimas de fiebre, aunque debo reconocer que no tengo fuerza siquiera para abrir los ojos al completo. El segundo se debe a una cuestión de principios, esto es, de constancia, algo de lo que carezco porque soy errática y desordenada y que me lleva al tercero: yo también tengo mis propósitos. No soy tan diferente a las demás, también hago mi recap mental del 2024 y proyecto mis deseos con una fuerza espiritual inusitada, solo comparable a cuando hice la comunión y pedí que me llevaran de viaje a Disneyland. Os los voy a contar como si fuerais mis amigas ya que en parte lo sois y, si no sobrevivo a este resfriado, podréis decir que los sabíais porque estamos conectadas.
Uno de mis primeros propósitos es convertirme en una persona paciente y perseverante. Ahora bien, ¿en qué quiero serlo? Siento que he conseguido grandes progresos en mi arco de personaje en estos últimos meses, pero en el año en el que cumplo 29, me gustaría atinar más y eso implica replantearlo todo de nuevo. No me entendáis mal, no hay nada con lo que disfrute yo más que eligiendo una nueva personalidad y adquiriendo una crisis existencial que no me corresponda en absoluto. Pero me gustaría probar cosas nuevas. No lo digo en plan obsesa de las experiencias porque quien me conoce sabe que soy más vaga que el suelo en lo que se refiere a moverme y que prácticamente odio viajar. Me gusta, eso sí, vivir un tiempo en otras ciudades. Mi concepto de viaje se asemeja bastante al de los personajes de las novelas de Forster, más concretamente a Una habitación con vistas. Aristócratas o burgueses adinerados que pasan meses en hoteles exquisitos. Como esta forma de viajar no es accesible para mí, me conformo con ser Elizabeth Bennet y quedarme en casa de alguna amiga casada largas temporadas. El caso es que, si bien es cierto que últimamente me ha dado por ir al rocódromo porque no soy fuerte, pero sí ágil y sobreviviría a un apocalipsis por mi audacia, y que he aprendido ciertos trucos de repostería que me han servido para hacer tiramisú, hablo de producir cosas nuevas a nivel creativo.
Por ejemplo, el otro día vi en Tik Tok a una chica (@scribbledbysophie) que usaba su escáner para hacer ilustraciones en movimiento sobre su maternidad –otro tema del que hablaré y con el que mantengo una relación de amor/odio– y seguro que ya habíais caído en eso porque sois más alternativos y más puestos en tendencias, pero yo no (en eso le fallo a mi gen z porque hasta para ser cutre hay que valer) y me dieron muchas ganas de probarlo. Hay gente verdaderamente inteligente, culta y capaz y no pretendo rivalizarlos en originalidad. Solo admirarlos desde la distancia y sentirme inspirada dentro de la conciencia de mis propias limitaciones.
Me replanteo mi imagen en el mundo porque no termino de encontrar mi estética, es decir, no me siento del todo a gusto con la expresión que muestro. Por si no lo sabéis, creo contenido en Tik Tok hablando sobre cultura, cine y narrativa. Empecé por necesidad porque no tenía trabajo, pero me engancharon dos sucesos: se creó una comunidad muy guay y me hice adicta al estímulo constante. ¡Y eso que solo tengo 12k seguidores! Como sea, quizás porque soy libra, pero de un día para otro me ha entrado cierto rechazo a mi propia cuenta. Seguro que os ha pasado: vas de la mano con tu pareja, dice algún comentario vergonzante y se te acaba el amor. The ick.
Sí, siento un poco de ick con mis redes. Hace poco tuve una reunión con una agencia de representación de creadores de contenido, que me aconsejó hacerme un Instagram público y que me hizo replantearme lo que busco de la vida y la huella que quiero dejar. No se trata de creerme transcendental, pero es evidente que somos en parte dueños de nuestras decisiones. ¿Quiero seguir haciendo vídeos? No me convertiré de repente en una persona mística, escondida y misteriosa, pero ¿tan expuesta?
Porque quizá mi camino sea no dejar de escribir, sino centrarme totalmente en ello, aunque me empeñe en autoboicotearme. Os cuento esto porque tuve una entrevista de trabajo como analista de guiones con una productora tochísima. Yo estaba ilusionada porque suponía incorporarme a un equipo lleno de mujeres con talento y joder, porque contaría con una nómina cada fin de mes, pero el requisito era no escribir. Esto es, no hacer competencia. Spoiler: No tuve que renunciar porque no me eligieron, pero me reconfortó la idea de encontrarle un segundo sentido; seguir escribiendo. Es por eso que cada martes tendréis mi newsletter. ¡Agradezcamos al universo!
Mi duda ahora radica en si debería dedicar tanto esfuerzo y tiempo a grabar y editar vídeos cuando lo que me apasiona no es el proceso en sí, sino 1. el hipotético dinero 2. la idea de tener la vida privilegiada y cómoda de Carlos Peguer 3. que se me abran puertas para tener una carrera prolífica. Sin embargo, me pregunto si hay otro camino porque en palabras parcas, estoy hasta el coño de las redes sociales, y leer el substack esta mañana de Ainhoa Marzol me ha dejado cucú porque en el fondo de mi alma, en mi parte más pura, soy feliz escribiendo mis guiones y mis novelas, leyendo Mujercitas, aprendiendo de los demás y viendo pelis y series para comentarlos con mi gente, no necesito tener mil perfiles. ¡Pero a la vez el trabajo es inaccesible sin ellos!
No sé si me estoy explicando. Sí, sé que con constancia podré conseguir abrirme camino en las redes, pero ¿me merece la pena? Soy una enamorada del conocimiento (y de los hombres intelectuales para mi desgracia) y no dedicarle el tiempo que me gustaría a cambio de una promesa sin garantías me está convirtiendo en una persona gris e irónicamente ¡menos creativa! Veréis, en la entrevista me explicaron que me dedicaría a buscar talento. Bueno, ¿y si resulta que el talento soy yo? Que me encuentren ya.
Otro propósito es tener de una puta vez mi propio criterio porque siempre que escribo, siempre que hablo y siempre que opino es como si me metiera en todas las cabezas de mis interlocutores para procurar que no me odien. Ya sabéis, tener una opinión políticamente correcta sin que se note que soy políticamente correcta porque no hay nada peor que ser políticamente correcta ergo equidistante; porque sí quiero ser radical pero sí soy niña buena y sí me posiciono en todo pero no quiero perder a mis amigos de toda la vida que votan a la derecha. Tengo que dejar de pensar que nos vamos a odiar a la primera de cambio. ¿Acaso yo odio a todo el mundo? Solo a veces. ¿Acaso yo odio a los que no piensan como yo? Si son graciosos, ¡nunca! De hecho, solo odio al Estado genocida de Israel, pero porque el asunto no tiene ninguna gracia.
Por otro lado, también hay cosas que no quiero hacer bajo ningún concepto. No quiero comer nada que lleve lotus o cilantro. Tampoco quiero volver a la psicóloga.
No quiero aprender ningún oficio. Si acaso, mejorar en la costura, pero no como un impulso de hada creadora desquiciada cuyos hobbies acaban cogiendo polvo en un rincón sino como algo transversal en mi vida, que incorpore y mantenga a lo largo de los años. Quiero que mis amigas me traigan sus bajos para cortarlos y que mi madre me pida que le cosa un botón como es debido.
La lista de cosas que celebrar sería infinita y eso es buena señal, pero tengo que resaltar que he escrito un libro que saldrá a lo largo del primer semestre del año y me he quitado el miedo a los gerundios. Los abrazo como nunca antes lo había hecho y jamás podréis hacerme sentir culpable por ello. Ojo, no estoy haciendo apología de ellos. Usadlos con cabeza, pero ya que no queda nada enterrado en la aciaga tierra de los guilty pleasure, no los marginéis. También he aprendido a escribir tal cual hablo. A veces me vuelvo un poco repipi, casi cursi, pero mi editora me mantiene a raya.
Finalmente, y siendo más prácticas y visuales, he hecho un visionboard. Para ello, dediqué dos horas de tardevieja a pesar de que podía haberlos pasado con mi familia o con mis amigas poniéndome como un piojo, mientras fingía que escribía porque la realidad era que debía entregar el borrador con la novela completa dos días más tarde. Al día siguiente tuve un ataque de ansiedad, algo que casi echaba de menos, porque sentía que no llegaba y me duché con agua helada para que se me pasara. Me sentó bien ya que cuando me sumerjo en un proceso de escritura tan laborioso me convierto en una persona asquerosa que olvida ducharse. En fin, tampoco tanto, quizá cada dos días, más que la media de cualquier francés. Sigo siendo mediterránea, no lo olvidéis.
Este es el visionboard que diseñé gracias al collage de Pinterest para que suceda de la forma más concreta posible. Sí, quiero dinero; sí, quiero seguir estudiando; sí, quiero seguir amando pasionalmente; sí, quiero recuperar la salud para apreciar de nuevo cómo se respira por los dos orificios, pero de nuevo, no sé bien qué pretendo conseguir. Tampoco si es buena idea o no contar tantos detalles por aquello de que si se muestran antes de tiempo, los sueños no se cumplen; pero la vida está pasando ahora, no a futuro. Y yo soy escritora y me dedico a contarla.
Feliz martes.
Nos leemos en el siguiente.
Muak.
G.
Lo has escrito tú, pero muchas cosas las pienso yo también 🤍🤍🤍
Querida Gema, amo leer todo lo que escribes, por favor, no pares nunca y sigue soñando alto ✨🫶🏼.