Por primera vez en mis 20, no me preocupo de mí misma
Sobre la bondad y la posibilidad de una sociedad mejor.
Ayer murió el papa, yo regreso a Madrid y pienso en esta ironía repetitiva nuestra: finales e inicios, rodeados de acontecimientos históricos y geopolíticos. De por medio, las vacaciones.
Esta Semana Santa la he pasado en mi pueblo –nada nuevo–, donde he participado en las procesiones y he descansado unos días, pero no creo que haya sido real. Parece más bien un sueño lejano. De alguna manera, sigo en automático. Esta sensación quizá responda a las alteraciones que el paso del tiempo provoca sobre la propia naturaleza de este. Ya tengo 28 años y me atrevo a llamarme mujer. Estos dos hechos deben de repercutir en mi relación con el espacio-tiempo, ¿no? Como si desbloqueara una pantalla nueva en un videojuego. Pensar lo contrario sería ingenuo. Pues, aun así, pago con gusto el precio por no seguir el esquema de las cosas.
Como sea, en estos días me he reencontrado con algunos amigos a los que hacía tiempo que no veía. María voló desde Santiago de Chile. Con ella quedé el miércoles para comer unas quesadillas y escuchar canciones de David Bisbal a todo volumen en el coche. Fran llegó desde Copenhague. Dijimos de vernos el sábado por la mañana. Le acompañé a que se comprara una gafas de sol pues había perdido las suyas y son su seña de identidad. Hablamos durante horas –más bien hablé yo y él escuchó– hasta que decidimos bajar a pasear por la playa. Una vez allí, y a raíz de una frase un tanto impertinente por mi parte –“creo que soy una buena persona”–, me confesó la última de sus obsesiones. Poner límites está bien –siempre que no te convierta en un gilipollas– y está claro que estaríamos perdidos sin resolver las cuestiones identitarias, pero, ¿qué hay de la bondad? ¿Puede y debe definirnos? Nos han enseñado que tenemos que seguir un camino determinado para ser felices, pero ¿y si la clave está en ser todo lo buena persona que podamos? Y siguiendo este razonamiento, ¿en qué se concretaría?
Fran estudia un doctorado en Dinamarca, donde cobra un sueldo decente y tiene acceso a unos recursos impensables para cualquier universidad pública española. Me contó que no eligió el tema de la primera clase que impartió, que le cayó de la nada, pero que no había podido ser más idóneo: las cuestiones morales. Durante el paseo, el sol se ocultaba entre las nubes, me dio frío y lamenté no haber cogido una chaqueta. Reflexionamos acerca de nuestra autoimagen y de la percepción que los demás tienen sobre nosotros. ¿Cuándo nos llamamos “buenos” a nosotros mismos? ¿Al obtener el reconocimiento de los demás o nos basta con nuestro propio criterio? No entremos en razonamientos kantianos, sencillamente imaginemos una charla.
EXT. DÍA – PLAYA
Dos amigos, FRAN (28) y GEMA (28), hablan mientras caminan.
–¿Para ti qué es ser buena persona, Gema?
–Mira, yo noto que lo soy cuando me alegro por la gente. Cuando a los demás les pasan cosas buenas, me pongo genuinamente contenta.
–Yo tampoco conozco la envidia o los celos.
–Cuesta reconocerlos desde fuera, sí.
Silencio.
–Hay que ser buenas personas.
–Yo también lo creo.
–Pero, tía, si alguien te preguntara por qué hay que serlo, ¿qué le responderías? ¿Qué argumentos le darías?
–Joder. No sé. Es algo sociológico, más bien. Casi cristiano.
–Religioso, en todo caso.
–Sí.
–¿Cómo consigues que la gente vea que debemos ser buenos sin usar el argumento del miedo? En plan, “lo contrario, sería el caos”. “No nos queda otra que comportarnos en sociedad bajo unas normas, bla, bla”.
–No lo sé. También es cierto que creo que la gente es buena por naturaleza.
–Pensar así facilita el diálogo, claro.
–Ahora bien, hay ciertas personas a las que me he quedado con ganas de tirar de los pelos. En mi adolescencia, por ejemplo. No lo hice por el qué dirán, por contención, por esto del ego, el superego, Freud y su puta madre.
–Jaja.
–Pero conste que, de haberlo hecho, de haberme peleado físicamente con alguien que se metía conmigo, seguiría pensando que soy una buena persona.
–Al final, la vida también es irregular y contradictoria.
–Es un conjunto.
Ambos llegamos a la conclusión de que es muy difícil explicar lo que para nosotros es “obvio” porque el sentido común tiene la agencia de quien se lo proclama, ya sea un fascista o un demócrata. No vale apoyarse en el sentido común, en términos jurídicos indeterminados ni en lo etéreo porque nos estaríamos haciendo trampas al solitario. Y ya somos adultos.
Pero lo que me impresionó fue el final. Al despedirnos, recalcó que su inquietud principal era bajar a tierra alguna acción con la que propagar esa bondad; encontrar una herramienta a través de la cual generar debates en clase sobre el tema con el objetivo único de convertirnos en mejores personas. Me obsesiona, Gema, no hago otra cosa que pensar en esto. Le dije entonces: “¿Te has fijado en que no me has hablado sobre nada tuyo, personal, individual?”. Y fue así. No me había dado la chapa –que hubiese resultado absolutamente lícita– sobre una chica aleatoria de Tinder, sobre la discusión con ese colega, sobre si busca o no formar una familia o sobre sus preocupaciones por encontrar un amor a medida. Piensas en colectivo, por delante de ti mismo, proseguí. Él me miró, comprendió y asintió.
De vuelta a casa, me di cuenta de que yo también había dejado de mirarme el ombligo. No pensar en el amor, la justicia o la maternidad desde una primera persona se me antoja subversivo. Sigo invadida por preocupaciones que me incluyen a mí, pero nos las abordo desde mis 1,58 de altura. Por ejemplo, me aterroriza el problema de la vivienda y los precios desorbitados de los alquileres, pero no porque yo personalmente no pueda acceder a ellos o a una hipoteca –tampoco es mi deseo ser propietaria–, sino porque generaciones enteras están en riesgo de quedarse sin un techo. Incluso si fuera rica o si tuviera este asunto resuelto, seguiría preocupada por los que aún están desprotegidos.
Si algún día me da por ser madre, no lo abordaré desde la posibilidad –o no– de parir, sino que me acercaré a otras realidades, a las diferentes formas de dar amor a quien lo merece porque la familia es una noción cada vez más amplia, y en consecuencia bella, esperando a ser explorada. Si algún día me da por no serlo, recordaré que no estoy loca por ello.
Reflexiono sobre ciertas decisiones que en última instancia son personales, pero desde un enfoque colectivo y reivindicativo. Esto es, no me interesa tanto determinar ya si seré madre o no, pero me obsesiona la idea de que, quien quiera serlo, pueda hacerlo dentro de un mundo mejor. ¿Tiene eso sentido? Quiero pensar que, como yo, otros muchos piensan así. ¿O no?
Hace unos días, los telediarios abrían con la noticia de que a un alto porcentaje de jóvenes españoles no les importaría vivir en una dictadura. Casi al mismo tiempo, leíamos el fallo vergonzante y transfóbico de la Corte británica que ha alegrado a JK Rowling, a Carmen Calvo y a cuatro burguesas más. Me cago en su puta madre. Me niego a pensar que esta situación sea irreversible y que la bondad se haya ido a tomar por culo.
Como sea, quiero decir algo. No eres rara por diseñar una vida distinta de la que la sociedad o tus padres habían pensado para ti. No les debes nada a sus expectativas. Ser buena persona no está reñido con seguir un patrón. Tiene más que ver con la camaradería y la fraternidad; también con no perder la ilusión por acercarnos lo máximo posible a la consecución de la verdadera justicia social; con situar la colectividad por encima de una misma, no como sumisión o esclavitud, sino para conseguir un fin común mayor.
Es duro cuestionarse dinámicas que nos han ido enseñado con la mejor de las intenciones como las correctas y darte cuenta de que conducen al individualismo más atroz. No tienen por qué estar mal, pero no son lo mío. Actualizar la idea de bondad y romper con el concepto tradicional de familia, de relación, de amistad, de lucha o incluso de religión acarreara terremotos en tu vida. Te prometo que, por las grietas surgidas, se colarán conversaciones enriquecedoras, momentos dignos de recordar y una vida por la que dar la batalla intensamente.
Que nadie te haga dudar de tus principios y de la forma en la que has decidido ser buena persona en el mundo.
PD: Aunque a ti también te apene la muerte del papa Francisco, te aliviará saber que, en realidad, hay papas por todas partes.
G.
Que gran reflexión!! Me encantan ese tipo de charlas con amigos. Me gusta pensar que la bondad es una virtud; no porque lo diga el cristianismo o mi abuela, sino porque implica rechazar activamente cualquier impulso egoísta. La bondad para mí es querer el bien de las personas y hacerles la vida fácil, nunca en tu detrimento pero quizás a costa de tu esfuerzo. No conlleva no poner límites ni dejar que otros se aprovechen, porque entonces no es virtuoso ni es bondad; simplemente es complacer. Requiere acción, de mirar al otro, de hacer por el otro. Por eso no es una característica ni rasgo de la personalidad, sino una virtud. Gracias por venir a mi ted talk ✨
Gema con lo del Papá pensé en tu Newslette de la religión 😭 un abracito!!!!