Se regala una pila de libros escritos por Arturo Pérez Reverte. No son míos, pero están en el piso de mi prima. Tampoco son suyos. Son de un noviete del norte con el que apenas duró unos meses. Él los compró por Wallapop y ella tuvo que recogerlos en Plaza de Castilla. No llegó a mandárselos, lo dejaron antes. Ahora se regalan todos.
He vuelto a Madrid para trabajar y, como ya es costumbre, ella me acoge en su piso los meses que dure el proyecto. Me he acostumbrado a ser nómada. Solo necesito empezar con buen pie, asentarme de verdad allá donde esté. Para conseguirlo, reordeno las caóticas estanterías de su salón, amontonando los libros en distintas categorías. A saber:
Clásicos de instituto que no volverás a leer
Libros en francés
Libros –que hablan sobre personas vitaminas– para quemar en la hoguera
Ficción (no necesariamente de calidad)
Autoayuda y ensayo (no necesariamente de calidad)
Libros sobre negocios y visión empresarial que no cabían en la tercera categoría
Libros de tus ex
Con todo, hay verdaderas maravillas que mantener y cuidar en una biblioteca que se precie. Pero si una quiere empezar el año –mi casilla de salida es octubre– con firmeza, debe dejar de ser camaleónica, que no people pleaser. Me entenderéis.
Pienso en esta idea a escasas horas de cumplir 28 años, el día que Irán está atacando a Israel cuando creíamos que la invasión a Líbano sería inminente y no obtendría respuesta. Yo siempre he observado el mundo que me rodea con curiosidad. Claro que mi mundo se reducía a unos pocos km. No fue hasta que me enamoré perdidamente de un chico experto en geopolítica –porque sin amor no hay transmisión alguna de conocimiento– que tal mundo se extendió e irónicamente todo suceso pasó a ser un suceso cercano. Ahora mido los pequeños acontecimientos de mi vida por las portadas de los periódicos. Asaltaron el Capitolio un día de Reyes en el que me regalaron unas bailarinas rojas de tacón. Me echaron de mi trabajo como guionista dos días después de que la huelga del sector comenzara en EEUU. Tantas fechas marcadas en el calendario, relacionadas por una mera cuestión de tiempo, nada más.
Lo reconozco. Fui camaleónica entonces. Cuando le conocí, me sentía una completa ignorante. Yo no tenía ni puta idea de dónde estaba Uzbekistán, desconocía el discurso de Allende en La Moneda, ni había prestado atención a las Primaveras Árabes. Qué lejos quedaba todo. Pensaba para mí misma: ¿qué he hecho toda mi vida con mi tiempo? ¿Me acaba de sacar un hombre de la caverna? Tiene huevos. Y sin embargo, qué urgente era el día a día. '¡Esto está ocurriendo, esto requiere de mi estudio y mi atención!’
Sigo siéndolo. Me mimetizo con quien tengo cerca. Me apasiono con los gustos de mis amigas o con las aficiones de mi madre. No lo hago porque quiera contentarlas, sino porque siento que me expando. Yo no soy solo yo, soy la sinopsis que Claudia me cuenta de la última serie que ha visto o la duda existencial de María ante la tesitura de aceptar o no un trabajo en Chile. Y está bien. Entonces, ¿a cuento de qué tanto refresh otoñal?
No siempre se expande una. También es posible menguar. Se siente así: Pasan las semanas en automático hasta que un día levantas la vista de tu ombligo y casi notas el horizonte en tu nariz. ¿Es el momento de volver a la esencia de una?
Pienso de nuevo en esto mientras coloco los libros que han quedado tras su selección. Tienen las páginas gastadas, dobladas y algo amarillentas. Se trata de sus amigas, de sus grandes pasiones. Ahora es ella.
Nos vamos convirtiendo en las personas que van y vienen. De hecho, si algún día lo dejo con mi novio, probablemente me olvide de los grandes historiadores a los que leí para entenderlo. O quizá no, porque a veces el desamor te cambia para siempre y te deja una huella imborrable y otras, te obliga a regalar una pila de novelas de Pérez Reverte.
Muak. G.